Andalucía como éxodo

Irene Campos
2 min readDec 4, 2020

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Malagueñxs manifestándose por la autonomía de Andalucía el 4 de diciembre de 1977

Soy andalucista. Las razones inmediatas, tangibles, son obvias: Andalucía, mal gestionada y marginalizada, es una nación despreciada tanto por los poderes estatales como por una parte de la sociedad española. No obstante, quizás el resurgir del nacionalismo andaluz en mi generación responda también a una coyuntura muy específica. Quizás forme parte del espíritu de los tiempos. Y es que creo que el andalucismo es una forma de éxodo.

Nuestra adolescencia, sacudida por la crisis de 2008, estuvo sobrevolada por el espectro neoliberal del emprendimiento. Crecimos bajo la admiración hacia la eficiencia y prosperidad europeas, anhelando una Arcadia con capital en Berlín. En contraposición, nuestra tierra parecía insulsa y asfixiante. Había quien nos sugería, incluso, disimular el acento. Era la época de las camisetas con la bandera británica, de ver con envidia Españoles por el mundo, de matricularse en clases de alemán. La ensoñación duró poco. No tardamos en descubrir que emigrar no era glamuroso, que los autónomos se habían arruinado y que la crisis, lejos de ser transitoria, era el telón de fondo sobre el que escenificaríamos nuestras vidas. Nos habían inducido a avergonzarnos de nuestra identidad para perseguir un supuesto ideal de abundancia a la europea que resultó no ser más que el envite globalizador tratando de adscribirnos a un todo homogéneo, acrítico, carente de referentes y, sobre todo, productivo.

Por suerte, nuestra tierra, punto de encuentro entre dos mundos, se resiste a una completa europeización. Occidente perimetral de barroco y taifa, de quejío y jarana, de pared encalada y drag en Torremolinos: el sincretismo es nuestra esencia y la emboscada neoliberal es incapaz de erradicarla. La cultura, a pesar de su salvaje mercantilización, no puede ser enteramente neutralizada por el sistema: siempre nos brinda un poso de emancipación y resistencia. En un mundo devorado por una irresistible tendencia a la estandarización, nosotras apostamos por un éxodo hacia el origen; por hacernos fuertes en los recodos de una idiosincrasia que, en su espíritu resiliente, ecléctico e inclusivo, en su respeto por el buen vivir, es profundamente antisistema. Nuestra resistencia se fragua en los escalones del portal, en las conversaciones de corrala, en la yerbabuena del puchero y en las confidencias junto al brasero, con un acento heredado de jornaleros. Sin chovinismo y sin grandes aspavientos, nos negamos a plegarnos a un orden embrutecedor que pretende desactivarnos y elegimos desertar hacia dentro; pues por fin empezamos a entender que en respetar nuestras raíces hay algo de subversivo. Viva la parranda revolucionaria.

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Irene Campos

Historiadora del Arte. Máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual. Fotografía, crítica feminista, opinión.