Elogio de la deserción
Tengo veintitrés años. Eso significa que la mitad de mi vida ha transcurrido bajo una crisis económica. El espíritu del 15M hace tiempo que se disolvió en un letargo abúlico. Somos la generación del hastío.
Queda abierta, no obstante, una fisura. En la era del capitalismo colapsado, la retirada discreta, indiferente casi, ofrece una posibilidad revolucionaria. En una sociedad que nos impone la omnipresencia, una autoexplotación complaciente y una productividad tan desaforada como inútil, irse se convierte en un acto subversivo. Encogerse de hombros equivale a lanzar un cóctel molotov.
La reestructuración posfordista ha transformado la vida humana en un periodo de tiempo indiferenciado dedicado a la producción y el consumo desenfrenados. El trabajo desborda los límites de la jornada laboral — una jornada ya obsoleta, de origen industrial, pero que sigue pautando nuestras vidas como en otros tiempos lo hicieran las estaciones o los días sagrados — y se derrama sobre nuestras horas de ocio y descanso. Las pantallas se ciernen sobre nosotras, incitándonos a la interacción continua. Las redes extienden sus tentáculos y nos mantienen siempre disponibles. Mandar un mail, actualizar LinkedIn, atender el teléfono, completar la base de datos, responder por Telegram, conectarse a Zoom. Networking, crowdfunding. Marca personal, liderazgo. Como las náufragas que somos, braceamos desesperadamente para no hundirnos. Escribir cartas de motivación, aceptar prácticas no remuneradas, solicitar becas mal pagadas. Organizar eventos en el tiempo libre, acudir a eventos organizados en el tiempo libre de otras. Vivimos inmersas en un sistema atrofiado que nos impone unos ritmos delirantes en un intento por ocultar que nos encontramos al borde del colapso. La defección, por tanto, es la única vía política posible.
El éxodo es un abandono desafecto de las estructuras del sistema. Que cada cual elija su éxodo: lúdico, cáustico, irónico, implacable. Sinuoso o frontal. Escapémonos por las grietas del sistema como agua que cala y retraigámonos hacia nuestros propios baluartes. Desertemos de los ritmos inhumanos, del trabajo no remunerado, de la ubicuidad febril, de la precariedad hecha norma. Promulguemos el menosprecio jactancioso a la cultura del esfuerzo. Rechacemos de plano la explotación de sí, la performatividad ocupacional, la disponibilidad servil y la flexibilidad sádica.
Generación del hastío, militante en Twitter y radicalizada en bolsas de prácticas extracurriculares: ha llegado el momento de la retirada. Saboteadoras del emprendimiento, antisistema de corralón y silla a la fresca, disidentes de academia de idiomas, terroristas de los autocuidados, guerrilleras de sobremesa, ¡uníos! Uníos en la desafección y el abandono. Desertemos.
Este texto está inspirado en reflexiones de Paolo Virno (“Virtuosismo y revolución”), Hito Steyerl (“Los condenados de la pantalla”) y Jonathan Crary (“24/7. El capitalismo al asalto del sueño”).