La libertad de ser una perra

Irene Campos
4 min readApr 22, 2021
Fotograma de “Perra” de Rigoberta Bandini

La libertad está de moda. Bueno, la libertad en sí, no: la palabra libertad. Todos la enarbolan y aseguran estar a su servicio. Todos consideran que su noción de libertad debería extenderse a los demás. Pero, por supuesto, quienes tanto se afanan en ser sus valedores lo único que pretenden es imponernos un sucedáneo pervertido. En un régimen capitalista donde el mercado desregulado crece con una virulencia (auto)destructiva y los gobiernos neoliberales se afanan en desmantelar el Estado del bienestar, la libertad es algo reservado a una élite. La libertad consiste en despedir, empobrecer, contaminar, humillar, expoliar y asesinar de formas tremendamente sofisticadas. La libertad de expresión, en manos de los nuevos fascismos y de unos medios de comunicación serviles, no es más que libertad para manipular, desinformar y acicatear la violencia simbólica.

Cabría preguntarse entonces qué libertad nos queda a los demás. Si atendemos a la reinterpretación que hace Hito Steyerl de las tesis de Isaiah Berlin, lo único que podemos hacer es proteger nuestra libertad negativa. Por libertad negativa entendemos la capacidad de hacer algo sin que un agente externo nos lo impida. Ejercer nuestra libertad negativa supone defender nuestro derecho a no ser explotados, violentados y silenciados. Supone también, y de nuevo parafraseo a Steyerl, reivindicar nuestro derecho a rechazar la representación hegemónica. Si la clase obrera está ausente en las mesas de debate político, si los programas de entretenimiento perfilan un retrato burdo de quienes somos y si la prensa escrita se dedica a ornar con anglicismos nuestra miseria, es justo que busquemos formas alternativas de (auto)representación. Ahí es donde entra Rigoberta Bandini.

El pasado 30 de marzo, Rigoberta Bandini estrenaba el videoclip de su tema Perra, dirigido por Irene Moray y Elena Martín. La canción va, sencillamente, de una mujer tan abrumada por el ritmo de vida contemporáneo que preferiría ser una perra. Acurrucarse en el sofá, beber agua de un platito, salir a dar brincos por ahí: poco más. El videoclip está protagonizado por una jauría de mujeres-perras que aúllan y se cuidan entre ellas: una estampa con tintes de aquelarre que debe de estar entre las peores pesadillas de los homúnculos (hacen bien). La canción y el vídeo tienen una intención feminista indiscutible, pero creo que vale la pena considerar Perra como una propuesta de deserción en un sentido más amplio. El deseo primitivo de ser una perra es el grito desesperado de una sociedad atomizada, fragilizada, anestesiada y emocionalmente devastada. Reivindicar convertirnos en perras ante un mundo hostil es una forma radical de oponernos a la obligación de amoldarnos a lo que se espera que seamos. Es una vía para escapar a una representación perversa: no somos diosas de la belleza en Instagram, no somos tronistas; no somos la masa descolorida y embrutecida a la que los políticos creen apelar, ni la horda histérica e iletrada que los columnistas septuagenarios aspiran a diseccionar. No somos las mujeres acomplejadas que las revistas de moda intentan moldear a su antojo ni la juventud hedonista y perezosa que los periódicos insisten en criticar: ¡¡somos perras!!

Rechazamos la representación impuesta y reivindicamos imaginarnos y definirnos en nuestros propios términos. Hemos decidido ejercer nuestra libertad de ser perras que gruñen y ladran, que corren y saltan, que se mean donde les da la gana. Ser una perra no es una defección pasiva, sino el desprecio a un orden opresor que nos es ajeno: una indignación activa y creadora. Sin correa ni bozal, las perras ejercemos nuestra libertad de crear vínculos de solidaridad y camaradería; de expresar nuestra opinión siempre, bajo cualquier circunstancia, especialmente cuando molesta; de ser inoperantes e improductivas, de no tolerar opresión alguna. Ser perra consiste en destruir lo que no funciona — criticando, vapuleando y, ¿por qué no? Quemando — para construir un mundo a nuestra medida. Despreciamos los valores que nos han sido impuestos, no los reconocemos como propios. Nos vamos meneando el rabo. Nadie nos puede prohibir ladrar.

Este texto es una interpretación personal y caprichosa de la canción Perra de Rigoberta Bandini, tamizada por el texto de Hito Steyerl Los spam de la Tierra: desertar de la representación, la noción operaista del éxodo y la ira crónica de la autora.

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Irene Campos

Historiadora del Arte. Máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual. Fotografía, crítica feminista, opinión.